Publicidad

La NCAA, en jaque: así son los retos que afronta un gigante universitario de 1.000 millones

La gestora del deporte universitario en EEUU hundió sus ingresos hasta 519 millones en 2020 tras cancelar el March Madness, su gran evento. Además, se enfrenta a una profunda reestructuración de su sistema por las reivindicaciones de los atletas.

ncaa march madness

La NCAA es una de las organizaciones con más historia del deporte estadounidense. La competición de deporte universitario ha sido durante 115 años de historia un búnker contra el profesionalismo de sus atletas, fueran gimnastas, velocistas, jugadores de fútbol americano o de baloncesto. Tras las últimas sentencias a favor de acabar con el denominado sistema de atleta-estudiante y la crisis de la Covid-19, que en 2020 se comió más de la mitad de su negocio, la organización plantea cambios urgentes para remodelar su estructura al completo.

“La constitución y la estructura de los órganos de gobierno del deporte universitario debe ser capaz de acomodarse a una red cada vez mayor de actores”, explicó Mark Emmert, presidente de la NCAA, a USA Today. “Tenemos una gran oportunidad que no debemos desperdiciar, y una de las preguntas es: ¿se puede cambiar la estructura para ser más eficaz y que las universidades logren dar a los estudiantes lo que piden?”, añadió.

 

Nueva estructura y negocio

Las declaraciones se produjeron después de que Emmert anunciase la formación de una comisión para lavar la cara de la organización, muy dañada tras los últimos reveses. El comité estará compuesto por representantes de universidades de distintos niveles (se dividen en NCAA I, II y III en todos los deportes), estudiantes, presidentes, comisionados y directivos. Entre todos explorarán propuestas para examinar el rol que debe jugar la NCAA.

Es un paso que se reclamaba desde hace años, y que casi llega tarde. Se da tras el asedio económico, deportivo y judicial. En la parte financiera, la NCAA dejó de ingresar 869 millones de dólares (714,8 millones de euros) en la temporada 2019-2020. A falta de conocer los resultados de la última temporada, su facturación pasó de más de 1.118 millones de dólares (919,7 millones de euros) a apenas 519 millones de dólares (426 millones de euros), según Sportico.

 

Cisma deportivo en el fútbol americano

La situación de la pandemia es coyuntural, pero no lo es el resto de problemas que afronta. En el ámbito deportivo el cisma también ha dejado una brecha difícil de coser. La competición, como las grandes ligas norteamericanas, se divide en conferencias geográficas, no sólo en divisiones de nivel. Dentro de su ecosistema, el fútbol americano es el deporte rey, y dentro de este deporte, la principal conferencia es la SEC de División I.

Dos de sus principales universidades, Oklahoma y Texas, decidieron cambiarse para jugar en esta el oeste de esta conferencia, alterando décadas de rivalidades históricas. En el caso de la NCAA es mucho más sensible que una mudanza en ligas profesionales, pues altera drásticamente los programas deportivos de sus rivales, la inversión de cada uno, el calendario y hasta el valor de los derechos audiovisuales. Además, se ha propuesto ampliar los playoffs a doce equipos.

Ahí es donde se reparte el grueso del pastel televisivo. ESPN logró hacerse este año con la exclusividad del fútbol americano de la SEC para el ciclo 2024-2034, justo antes del cambio de Oklahoma y Texas. Los derechos habían estado en manos de CBS desde 1996, pero el canal temático, controlado por Disney, puso sobre la mesa un contrato de 300 millones de dólares anuales para dejar de compartir los derechos con CBS. En total, 5.250 millones en diez años.

Los ingresos por las retransmisiones son la principal fuente de negocio de la NCAA. De hecho, sólo por cancelar el March Madness de 2020 dejó de ingresar más de 700 millones de dólares únicamente por esta partida, que aporta más del 70% del total. De ahí sale el reparto que la organización hace a las universidades posteriormente.

 

La NBA y Overtime, a la caza del básquet

El baloncesto ha sido otro de los caballos de batalla para la NCAA. Mientras David Stern fue comisionado de la NBA, se aprobó que la edad mínima de entrada fuera de 19 años. Es decir, obligaba a pasar, como mínimo, un año en la NCAA o en otra liga profesional internacional. La idea era formar académicamente a los jugadores y ganar otro tipo de experiencias antes de ser profesionales.

La realidad que se impuso es la práctica denominada como one and done: un año y adiós. Actualmente casi todos los jugadores optan por cumplir una única temporada en la liga universitaria, la obligatoria. Las franquicias priman a los jugadores más jóvenes para formarlos y casos de estrellas como Damian Lillard, que apuraron su ciclo íntegro, son casi inexistentes. De ahí que Adam Silver, actual comisionado, optase por bajar la edad de entrada a los 18 años a partir de 2022.

La ofensiva no se quedó ahí. Mientras la edad mínima siguiera vigente, se creó un nuevo tipo de contrato en la G-League, la liga de desarrollo de la NBA. Se permitía ofrecer hasta 125.000 euros a jugadores que se saltaran la NCAA. Si bien su éxito ha sido escaso, este año la agencia de marketing Overtime ha apostado por crear su propia liga y pagará 100.000 dólares a talentos que no jueguen en la universidad.

 

Los tribunales dan la espalda a la NCAA

El pasado mes de julio la NCAA recibió dos de los golpes más duros en sus 115 años de historia. La Corte Suprema de Estados Unidos votó por 9 votos a 0 que la NCAA estaba violando las leyes de competencia al establecer los límites relacionados con la educación y los beneficios que las universidades pueden proveer a los deportistas.

“La NCAA no está por encima de la ley, y sus argumentos de no pagar a los atletas por ser estudiantes tienen una etiqueta inocua que no puede disfrazar la realidad: su modelo sería ilegal en casi cualquier otra industria de Estados Unidos”, se destacaba en la decisión.

A partir de la próxima temporada, las universidades podrán ofrecer compensaciones económicas, regalos y cualquier tipo de aportación siempre que esté vinculada directamente con la educación, otra práctica hasta ahora prohibida pero ampliamente extendida en la liga.

El modelo de amateurismo volvió a resquebrajarse tras perder la batalla política. La NCAA acudió al Capitolio para defender su monopolio en el Congreso y sacar adelante una ley estatal que aportara “claridad a un nivel nacional”. Se pretendía así evitar el goteo de leyes federales en contra del amateurismo.

La presión era cada vez mayor, y 19 estados habían prohibido ya el concepto estudiante-atleta que amparaba a la NCAA. Tras el voto a favor en California, Texas y Florida, tres de los estados con más influencia en el deporte universitario, y con otra media docena en trámites de sacar leyes similares, la NCAA capituló.

En julio aprobó que los deportistas puedan recibir ingresos por el uso de su imagen y nombre, entre otros activos comerciales. Asimismo, se permitirá que los deportistas firmen contratos con agentes siempre que se informe a las universidades tanto de este como de otros acuerdos comerciales, como los patrocinios. Serán los centros educativos “los responsables de determinar si esas actividades encajan dentro de la ley de cada estado”, se indica en el documento.

Se trata de medidas que apenas afecta a un pequeño porcentaje de atletas. Según el último informe de la propia NCAA, sólo el 2% de sus deportistas llegan a profesionales. Ahí se escuda la organización, en su labor formadora y educativa para el resto de estudiantes, obviando que los que sí logran dar el salto son los que se juegan sus carreras para hacer que siga en órbita un negocio milmillonario del que nunca han podido ver un dólar que no fuera en forma de beca.

Publicidad

Publicidad