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Michael Jordan ha sido uno de los grandes protagonistas durante el confinamiento. El estreno de The Last Dance nos ha permitido descubrir la mentalidad que forjó a uno de los mayores atletas de la historia, pero también algunas actitudes que en su momento ya chocaron y que hoy no se entenderían cuando hablamos de un icono. Nos referimos a su decisión de no apoyar públicamente al demócrata y afroamericano Harvey Gantt en su carrera para ser gobernador de Carolina del Norte. “Los republicanos también compran sneakers”, es la frase que le atribuyen cuando rechazó apoyarlo frente a Jesse Helms, notoriamente racista.

Entonces, a ojos de Barack Obama, quizás el Jordan deportista aún intentaba entender cómo debía gestionar el fenómeno global en el que se había convertido. Pero esta vez His Royal Airness sí ha alzado la voz tras el asesinato de George Floyd por parte de un policía en Minneapolis, al presionarle el cuello con la rodilla durante nueve minutos: “Estoy con los que están llamando al racismo y la violencia arraigados hacia las personas de color en nuestro país. Ya hemos tenido suficiente”. “Nuestra voz unificada necesita hacer presión en nuestros líderes para cambiar las leyes”, añade en su carta.

Este giro, que puede atribuirse a la madurez de la persona, también está en consonancia con lo que hoy espera la sociedad de las personas y las organizaciones a las que siguen. Se acabó la neutralidad justificada por la cuenta de resultados. “Las marcas deben tener un posicionamiento sobre la sostenibilidad y la sociedad; cuando salgamos de esta situación no toleraremos a las marcas que no sean responsables”, me recordaba recientemente Enric Jové, CEO de McCann en Barcelona. Y si hay una empresa que está dejando claros sus principios, esa es Nike.

Vídeo de la campaña de Nike.
 
La multinacional que desarrolló el negocio de zapatillas de Jordan es la misma que hace un año no tuvo inconveniente en asumir que miles de ciudadanos quemaran sus productos o atacaran sus tiendas por el simple hecho de apoyar y convertir en protagonista de su campaña a Colin Kaepernick, el jugador de la NFL que en 2016 inició la campaña de protesta contra el racismo hincando una rodilla en el suelo al sonar el himno de Estados Unidos. Las críticas a la compañía se desataron, advertencias sobre la caída de la acción y un posible boicot… pero la realidad es que, un año y medio después, su capitalización bursátil ha subido un 23% pese a los efectos del Covid-19. 

Y Nike lo ha vuelto a hacer. Su campaña For once, don’t do it vuelve a dejar claros los valores de la compañía, que pide a la gente que “no pretenda que no hay un problema en América”, que “no se siente y esté callada”, pero que, sobre todo, “no piense que tú no puede ser parte del cambio”. Adidas se sumó al mensaje de su competidor con un retuit en el que añadía: “Juntos es como avanzamos. Juntos es como cambiamos las cosas”.

Dos rivales a pie de calle que han decidido utilizar su altavoz social para dejar claro dónde permanecen en este debate que divide a un país. Dos multinacionales que, a diferencia de otras industrias, sí han decidido no permanecer calladas y, como decía New Balance en su comunicado, “estamos con nuestra alineación completa de atletas, embajadores y nuestros asociados a nivel global a la hora de pedir justicia”. 

Estrellas de la NFL y la NBA han usado sus redes sociales para pedir una lucha más activa contra el racismo, mientras que futbolistas como Marcus Thuram, Jadon Sancho y Achraf Hakimi han aprovechado sus partidos de Bundesliga para pedir justicia.

Porque sí, este fin de semana hemos vuelto a ver cómo el deporte puede ser, más allá de una industria económica, un motor de transformación social que debemos defender. Y eso es algo que no debemos olvidar cuando hablamos de un sector singular, en el que muchas veces se intenta enfrentar su ambición empresarial con su función social. Quizás sin ver que esa ausencia de miedo a formar parte del debate público es lo que puede darle aún más valor.

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