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Los gustos del aficionado, en particular del aficionado casual, en este siglo difieren bastante de las memorias nostálgicas del deporte de antaño.

Es una de las primeras reflexiones que me vinieron a la cabeza al momento que estalló la noticia de que Messi manifestaba abiertamente su intención de abandonar el FC Barcelona, y que uno de sus posibles destinos era el Manchester City. Las otras tienen más que ver con el descosido económico que eso significaría en menor medida para el Barça, pero en mayor medida para LaLiga.

Pero los super equipos no son una cosa nueva, y soy de la firme opinión de que no son nada malo para el negocio.

Confieso que soy muy poco futbolero. De hecho, lo mínimo para poder tener una conversación agradable de 5 minutos, en la cual mis dos principales memorias de fútbol ocupan la mitad: como la publicidad de Pizza Hut (balón firmado por Pelé como premio de por medio) para el Mundial de Estados Unidos 1994, fue el único vínculo que recuerdo de aquel mundial, y como la horrorosa experiencia de mi primer partido de fútbol en directo me dejó más preguntas que respuestas (como la de ¿Qué hago aquí?): un frío 0-0, tanto como aquella noche de noviembre de 2004, entre el Valencia CF y la Real Sociedad en Mestalla. Más pena que gloria, y mucho más frío que nada allá arriba en el vomitorio cuatrocientos mil, de un campo desangelado.

Luego, casi de reojo, vi una ovación del Bernabeu a Ronaldinho, como España se enamoró -aunque sea a momentos- de un equipo como el FC Barcelona de Guardiola -que era la piedra angular de la España Campeona del Mundo en 2010-, el ciclo de Luis Enrique, Messi marcando y alzando su camiseta en el Bernabeu, y el ciclo reciente del Real Madrid de Zidane en la Champions. De oídas por amigos y familiares, me suenan “La Quinta del Buitre”, el “Dream Team” de Cruyff, el Valencia de Cúper y el de Benítez…y pare usted de contar.

Y buscando en Google que todo lo sabe, encuentro un patrón común: todos y cada uno de los equipos que cito tenían un componente de plantel estratosférico. Uno o varios, porque si algo ha demostrado la historia que esto del deporte, tanto en el negocio como en el ganar de manera consistente, va de muchas estrellas juntas. Lo que hoy conocemos como super equipos.

De super equipos como concepto se algo más, por mi afición a la NBA. Vaya por delante que a nadie se le cruza por la cabeza pensar que la NBA no es rentable y no es competitiva, y que quizás sea la propiedad deportiva que mejor ha internacionalizado su producto. ¿A qué no?

Nombres como los Knicks, Lakers, Celtics y Pistons en los ’70 y ’80, los Bulls de Jordan en sus dos épocas en los ‘90, junto a los Houston Rockets de Hakeem, los Spurs de Duncan y Robinson, y luego de Duncan, Ginobili y Parker, de nuevo los Lakers de Kobe y Shaq, y de Kobe y Pau, el Heat de Wade y Shaq, y luego el de Wade, LeBron y Bosh, y los Golden State Warriors de Curry y Thompson, y luego de Curry, Thompson y Durant. Todos super equipos que catapultaron el juago de baloncesto y a la NBA como producto a niveles inimaginables, que aún hoy en día sigue en ascenso.

Los puristas y nostálgicos hacen una distinción, a mi parecer muy arbitraria sobre qué tipo de super equipos pueden ser aceptados o no. En el caso de la NBA se habla de la “generación orgánica”, casi espontánea de los equipos anteriores al año 1999, ya que se entiende quizás que, desde la decisión de Shaquille O’Neill de forzar su salida hacia los Lakers, cada vez más los jugadores son quienes deciden donde y con quien jugar para ir en busca de un anillo de campeón. El caso más notorio, por lamentable fue “La Decisión” de LeBron James en el año 2010 de llevar sus talentos a South Beach, para competir junto a Dwayne Wade y Chris Bosh. La más reciente, e igualmente criticada, la de Kevin Durant en unirse al ya considerado equipo a batir los Golden State Warriors.

No creo que ese poder de los jugadores sea malo, ya que son ellos los protagonistas y son los que empujan el negocio. Más aún cuando los jugadores dejan réditos enormes en lo económico y en lo deportivo en las arcas y vitrinas de los equipos que dejan atrás.

El objetivo de un jugador, de cualquier jugador, es salir a competir y ganar.

La que se avecina con la inminente salida de Leo Messi es la constatación de que no existen jaulas de oro en el deporte. Se irá al que parece ser es el mejor proyecto deportivo al que puede acceder, donde estará liderado por una mente futbolística brillante que quizás es de los pocos que sabe entenderle, y rodeado de grandes jugadores que a golpe de talonario (Nota: jugar al fútbol es el trabajo de los futbolistas, y se les paga por ello) irán a por todas las competiciones, pero sobre todo por la que le falta a la vitrina del City: la Champions League.

Eso sí, tiene pinta que será la Champions League más costosa de la historia. De hecho, sería el trofeo deportivo más costoso de la historia, si se confirman los números de la operación que están circulando en los últimos días. Eso números casi doblarán lo invertido hasta ahora por el City en fichajes desde la llegada de Pep Guardiola al banquillo Citizen, situando la inversión total hasta este momento en £1.400 millones en valor de adquisición de futbolistas.

Que los super jugadores decidan jugar en super equipos, no es malo para el negocio. Es solo un reflejo del cambio de gustos y de percepción generacional. Los que nacimos a partir del año 1980, y más aún los “hijos e hijas” de los ’90, ’00 y ’10 han forjado su memoria deportiva basada en el dominio de super estrellas y de hegemonías deportivas de leyenda. Es lo que nos entretiene, y por lo que estamos dispuestos a pagar. Por ver el dominio en el campo o en la cancha, de la misma manera que controlamos la consola jugando al FIFA o al 2K. Esa es la realidad del negocio, y ese es a su vez el gran potencial.

De confirmarse el traspaso, el Manchester City será el equipo que abrirá todos los telediarios, y copará los titulares alrededor del mundo…alabándoles o criticándoles; pero vendiendo, y con ello beneficiándose la Premier League. Y si los resultados deportivos acompañan, podríamos estar ante el asentamiento de la leyenda del mejor jugador de la historia del fútbol, que dará paso a un final de carrera en la liga emergente de mayor proyección deportiva y de negocio, la MLS, en la ciudad más famosa del mundo, Nueva York. Cumplido ese periplo, cuando Messi haya hecho ya los 38 años puede regalarse al club de su vida, en su Rosario (Argentina) natal, uno o dos años de fútbol espectáculo que sirvan para catapultarlo a la primera plana de actualidad argentina y sudamericana. Si eso no es una carrera bien aprovechada, no sé qué lo es.

Para los que se preocupan de los números, solo decirles que el juego ha cambiado. Y que de nada sirve intentar evitar que inversores potentes financien equipos y ligas de fútbol o de baloncesto, par invertir más en talento y hacer crecer el negocio. Al fin y al cabo, el deporte es una porción de la industria del entretenimiento, y ello conlleva que compitamos en los terrenos de juego, pero que entre iguales (y me refiero a equipos) nos consideremos socios fuera de ellos. ¿O es que alguien le impondrá alguna vez a Disney o a Netflix un tope presupuestario para producir sus películas?

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