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Tras una larga era de crecimiento y estabilidad, vivimos ahora una etapa de incertidumbre y estancamiento. Señal irrefutable de que el baloncesto europeo está al borde de un cambio radical.

En mi columna anterior defendí algo que incomodó a muchos: el baloncesto europeo no es un producto sostenible, y no lo será mientras sigamos diseñando estructuras pensadas para proteger lo que ya existe. La mayoría de las respuestas que recibí no cuestionaban el diagnóstico, sino que pedían una solución. Y la hay. Pero empieza por decir la verdad: el modelo actual está roto.

Lo confirmé saliendo de la Final Four, la 22 para mí. Hacía años que no sentía tanta claridad. La energía, la emoción, la narrativa… todo está ahí. El producto es real. Lo que falta es el sistema que lo respalde. Porque hoy, lo que premia el modelo es la permanencia, no la ambición. Y eso condena el futuro del deporte.

El modelo actual no está diseñado para crecer, sino para contener. Se construyó para proteger a los actores tradicionales, y lo hace de tres maneras muy concretas:

  1. Un sistema de licencias que limita el acceso, crea escasez artificial y cobra un peaje alto a los nuevos.
  2. Un reparto económico basado en derechos televisivos que premia la herencia histórica y penaliza la innovación.
  3. Un fair play financiero que castiga al que invierte de la misma manera que intenta frenar al que despilfarra.

La consecuencia es clara: el modelo actual multa la ambición. Y cuando multamos la ambición, el resultado no es estabilidad. Es estancamiento.

En lugar de crear valor, el sistema lo reparte. Y lo reparte mal. En lugar de atraer inversión, la disuade. En lugar de abrir el juego, lo cierra. Y lo más preocupante: en lugar de preparar el futuro, sigue defendiendo el pasado.

La Premier League actual o incluso LaLiga no son lo que son porque protegen a los clubes históricos, sino porque construyeron estructuras que permitieron crecer a varios más. Clubes con marca, estadio, afición e identidad. Apostaron por el valor de lo que se puede construir, no por el peso de lo que ya existe.

El modelo actual multa la ambición. Y cuando multamos la ambición, el resultado no es estabilidad. Es estancamiento..

En el baloncesto europeo hemos hecho lo contrario: proteger el statu quo y mirar con desconfianza a todo lo que venga de fuera o empiece desde cero. El sistema actual promete sostenibilidad, pero ofrece estancamiento. Habla de equilibrio competitivo, pero bloquea el crecimiento. Vende estabilidad, pero impide escalar.

Y mientras tanto, nuevos proyectos aparecen: París, Mónaco, Dubái, Valencia. Clubes con visión, capital e identidad. Proyectos que no quieren entrar para conservar, sino para transformar. Pero hoy, el modelo no los acepta o por lo menos no de la misma manera.

Hace falta un nuevo pacto. Uno que parta de esta idea: el futuro no se construye desde la protección, sino desde la expansión. Hay que crear un marco económico que no solo sea justo, sino escalable. Que incentive la inversión. Que premie lo que se construye: instalaciones, marca, contenido, comunidad. Que no mida solo el pasado, sino el potencial.

No se trata de crear una clase media. Se trata de crear un nuevo grupo dirigente. Un bloque que tenga incentivos para arriesgar y herramientas para crecer. Que hable el lenguaje de los inversores y de las audiencias. Que pueda atraer más dinero al sistema, no simplemente redistribuir el poco que hay.

La decisión es sencilla: o se abre el juego a los que quieren cambiarlo, o el juego se romperá solo. Considero que el futuro ahora mismo no debe pertenecer a los que llevan veinte años en la mesa pero a los que hoy están dispuestos a construir una nueva.

 


José Luis Rosa Medina es cofundador y Director General del Grupo NextStage. 

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