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Dando por perdida la mayor parte de los ingresos que proporciona la venta de entradas, el foco ha acabado estando en garantizar la seguridad de las personas.

Nadie puede negar que este último año y medio ha sido un quebradero de cabeza para las organizaciones deportivas de todos los países del mundo, y es que una de sus grandes preocupaciones, entre muchas otras, ha sido la incertidumbre sobre la vuelta de público a los estadios. Los clubs se las han tenido que ingeniar para ir a remolque de la situación epidemiológica y, a falta de claridad en las diferentes normativas sanitarias, han pedido ayuda desesperadamente para, por lo menos, empezar a ver la luz al final del túnel.

Algo que parecía tan sencillo como mantener una distancia de seguridad entre personas se convirtió en un reto de difícil solución. Ya no únicamente por la incógnita que proporcionaba la fecha en la que podría entrar gente a un recinto, si no por saber quién serían los pocos agraciados que podrían disfrutar de un partido o espectáculo. El debate sobre quién tenía prioridad para entrar apareció sorprendentemente mucho más tarde de lo que muchos puedan pensar. Al principio todo era conocer a qué mínimos se enfrentarían los clubs: ¿será rentable abrir el estadio para un porcentaje de ocupación bajo? Viendo como ha evolucionado la pandemia, esta respuesta se la llevó el viento en cuestión de semanas. Dando por perdida la mayor parte de los ingresos que proporciona la venta de entradas, el foco ha acabado estando en garantizar la seguridad de las personas y, poco a poco, generar una confianza en la asistencia a los eventos de masas. Esto podía hacer pensar que los gobiernos permitirían abrir antes los recintos, y por tanto generar ingresos lo antes posible.

Lamentablemente, no ha existido ninguna ley universal que las autoridades sanitarias y organizadores de eventos pudieran consultar y aplicar. Esto ha provocado situaciones rocambolescas y contradictorias. Durante unos meses, hemos visto público en los estadios en los partidos organizados por la Real Federación Española de Fútbol (Rfef), pero no en los organizados por LaLiga. Hemos visto recintos cubiertos, como teatros y cines, albergando eventos durante los últimos meses, pero no hemos sido capaz de ver público en estadios al aire libre.

El primer problema al que nos enfrentamos es el pequeño despliegue tecnológico al que tienen acceso los clubs – depende del país con mayor o menos medida -, y esto obligaba en primera instancia a buscar soluciones rápidas y manuales. Por ejemplo, hemos visto asumir que, si dejamos tres asientos vacíos entre personas en la misma fila, habrá una distancia de seguridad de entre 1,4 y 1,6 metros, por cómo suelen ser de anchos los asientos en un recinto. Lo que no empezaron a considerar ni los clubs ni las autoridades fue que entre filas no se cumplía la distancia entre personas. Para más inri, la primera propuesta de capacidad máxima de aforos fue de un 30%; paradójicamente, no hemos llegado a ver ningún recinto donde manteniendo una distancia de 1.5 metros entre personas (recordemos, dejando tres asientos vacíos) se pueda alcanzar un 30% de aforo. Dejando tantos asientos libres se pueden alcanzar, como mucho, un 15-20% de aforo. Y todo esto sin tener en cuenta que los recintos tienen de por sí bloqueos de asiento ajenos a los distanciamientos sociales (compromisos de los clubs, posición de cámaras de TV, etc.).

 

capacidad por grupos
Muestra de una simulación de aforo con grupos 2 y 4 personas a 1.5m (30% de capacidad)

Para dar una solución tecnológica que ayudara a resolver este lío, algunos tecnólogos convertimos nuestras casas en pequeños centros de investigación y exprimimos al máximo nuestra experiencia sobre aforo, geometría y recintos deportivos y culturales. La primera observación fue utilizar distancias reales en vez de dejar un número fijo de asientos y filas vacías. Gracias a tener acceso a representaciones virtuales de varios recintos, pudimos simular aforos donde efectivamente la distancia entre personas se respetaba en todas las direcciones. Al anularse más localidades, la capacidad de aforo caía en picado.

Caímos en la cuenta de que utilizando grupos de asiento se podía incrementar el número de personas de manera notable. Estos grupos se pueden plantear como personas de la misma burbuja de convivencia, donde podemos omitir la distancia entre ellas. Un ejemplo muy sencillo: si se sientan únicamente grupos de 4 personas, el aforo que se puede conseguir, a diferencia de sentar personas individualmente, prácticamente se duplica. Para poder defender el argumento de los grupos, hicimos un breve estudio de mercado para conocer el interés y la posibilidad de incluir grupos entre los asistentes. Vimos que la diferencia entre países era notoria: en España hoy todavía se aboga por no introducir grupos, mientras que en Estados Unidos se utilizan desde el primer día de apertura. Podemos apuntar a razones culturales, e intuimos una desconfianza a la hora de formar burbujas de convivencia para asistir a los partidos.

Así pues, la primera iteración en las simulaciones de aforo se basó en ajustar los grupos (por ejemplo, determinando el porcentaje de grupos de diferentes tamaños) para alcanzar unos números de aforo deseados. En el momento que las restricciones se han ido relajando, también se ha ido ajustando la distancia entre grupos. Cabe destacar que la norma de alcanzar un máximo de 30% de aforo en estadios acabó muriendo por desuso, y en el momento de apertura se ha fijado simplemente un número máximo de personas – parece alguien cayó en la cuenta de la incongruencia.

La siguiente tarea – y la más compleja – fue dotar de aplicativos webs para que los propios clubs y organizadores de eventos tuviesen a su disposición un simulador de aforo en función de diversos parámetros de entrada (incluyendo la distancia social y los porcentajes de grupos). El objetivo final era que el propio club pudiera extraer un listado de localidades bloqueadas y así poder comunicar a su respectivo sistema de venta de entradas cuáles eran las localidades disponibles.

En un primer momento asignar estos asientos a abonados era un rompecabezas, puesto que los criterios para seleccionar a las personas para entrar a los estadios eran muy complicados de racionalizar. Uno de los primeros clubs en probar una asignación a socios fue el Club Brujas de Bélgica: se ideó un sistema de inscripción y sorteo que permitió llenar tímidamente el estadio en algunos partidos en verano de 2020. El concepto de base era partir de una simulación que satisfacía las necesidades operativas del club, y a partir de ahí limitar los grupos de personas que podían inscribirse; de esta manera, se aseguraban de que el número de grupos inscritos correspondía con el número de grupos de localidades disponibles.

Por el contrario, en las grandes ligas de Estados Unidos se apostó más por la venta de entradas desde un principio, y es que el sistema de abonados allí es más abierto (por ejemplo, están muy extendidos los paquetes de un número determinado de partidos en vez de una temporada entera). Se hizo un análisis de los porcentajes de grupos que habitualmente acuden a los eventos y, juntamente con el razonamiento de incrementar los grupos para ganar más capacidad, se vendieron gran parte de las entradas a la venta.

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Marcas físicas de los asientos a ocupar en el primer partido con público del Club Brugge

A día de hoy, podemos afirmar que la gran mayoría de organizaciones tienen la mirada puesta en Estados Unidos y se lanzan a la venta de las entradas disponibles. De hecho, nos hemos estado enfrentando a la evolución favorable de la pandemia: muchas regiones donde los clubs ya habían vendido entradas presentan unos datos tan positivos que permiten llenar los estadios más de lo previsto semanas atrás. Esto permite vender más sobre un aforo anteriormente cerrado, y por tanto se ha requerido hacer simulaciones con una distancia social menor sobre un aforo previamente bloqueado. El dolor de cabeza de los gestores de recinto es la incertidumbre, y por ello se han tenido que simular todos los escenarios posibles. Sin ir más lejos, los Minnesota Twins (equipo de la MLB en Estados Unidos), han anunciado que a principios de verano podrán llenar el estadio a un 100% de capacidad. Para llegar hasta allí, se tendrá que ir ampliando el aforo poco a poco para llenar las localidades que estaban bloqueadas, pero siempre con cabeza y respetando las medidas presentes en cada uno de los eventos.

No podemos dejar de lado las dificultades operativas que implica abrir un recinto en esta situación: accesos, restauración, lavabos, y el control de que las personas se sienten en los asientos correspondientes. Hemos vivido como, dependiendo del país e incluso la competición, la operatividad no ha sido un camino de rosas y se ha puesto de manifiesto que es una asignatura pendiente para muchos. Desde el primer partido del Brujas ya vimos marcadas físicamente las localidades bloqueadas – en muchos otros lugares del mundo todavía cruzan los dedos confiando en la buena voluntad de las personas. 

La crisis derivada de la pandemia tendrá pocos precedentes, pero, como con todos ellos, hay que buscarle alguna lectura positiva. Los gestores de recintos necesitan tener a su alcance cada vez más herramientas de gestión y visualización del aforo, y así demostrarle tanto a los fans como a las autoridades que disponen de mecanismos para garantizar la salud de las personas.

 

David Sánchez, director de tecnología de 3D Digital Venue.

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